3/9/14

Cómo reconocer a un artista

Este es un texto del músico, escritor y gran pensador Alejandro Dolina , que me sacó una sonrisa y me reconfortó como aspirante a artista que soy. Ya sé que es un poco largo pero creo que merece ser leído.
Cómo reconocer a un artista

A lo largo de la historia, muchas personas inteligentes han reclamado el establecimiento de normas precisas para reconocer puntualmente a un artista.

Ocurre que mientras resulta relativamente fácil distinguir a un plomero de un impostor, la condición artística puede fingirse durante largos períodos sin que nadie sospeche el engaño.

El arte es un sutil asunto y las chambonadas no se hacen tan patentes como en la plomería: cuando una canilla gotea, uno ve el agua y se moja con ella; cuando un poema está mal escrito, no hay cataclismos exteriores que lo denuncien.

Hay algo más: en la civilización moderna, los artistas suelen alcanzar renombre y riqueza. Y ante estas recompensas, nada cuesta calcular que los postulantes a artistas deben ser muy numerosos.

A decir verdad, casi todas las personas del mundo sienten alguna vez en su vida la tentación de emprender tareas artísticas. Y muchos creen hacerlo sin haberse asomado siquiera al más pequeño de los misterios.

El estudiante que dibuja la cara de su novia, el comerciante que se compró un órgano eléctrico, la secretaria que busca palabras que rimen con Remigio, el publicitario que diseña anuncios para vender zoquetes, el periodista que explica el funcionamiento de la defensa de San Lorenzo... todos ellos habrán examinado sus módicas obras con un secreto orgullo de artistas. Sin embargo, los hombres de corazón saben bien que el arte es otra cosa, más cercana al llanto y a la fatalidad que al pasatiempo y al ingenio de los bachilleres.

Uno de los intentos más serios que se hicieron para terminar con la proliferación de falsos artistas, fue la creación de la escuela integral El Arte Sano.

Esta institución del barrio de Flores se proponía enseñar lo poco que puede enseñarse en estos asuntos y –fundamentalmente– someter a sus alumnos a pruebas durísimas cuyo improbable cumplimiento permitía obtener la ya legendaria tarjeta azul del artista sin cuento. Esta distinción –que nadie alcanzó jamás– acreditaba al poseedor como hombre de verdadero espíritu artístico y, según dicen, permitía obtener descuentos en algunas farmacias.

Vale la pena examinar ciertos aspectos del funcionamiento de esta escuela.

La primera materia que se cursaba era Incomprensión del Artista. Durante el curso los postulantes recitaban sus poemas, exhibían sus cuadros o cantaban sus canciones ante una mesa examinadora integrada por karatecas, médicos, cirujanos, vigilantes de la 43ª y patoteros profesionales. Estas personas se burlaban de los alumnos, los insultaban y llegado el caso los echaban a patadas. Es decir, seguían el criterio de Van Wyck Brook, quien –citado por Sabato– afirma que el artista necesita de cierta aspereza en el ambiente para revelarse o quizá para rebelarse. Los halagos y el aliento de los amigos y favorecedores generan una atmósfera complaciente. Y ya se sabe que no hay peor cosa que un artista satisfecho de sí mismo.

El segundo curso consistía en realidad en una continuación del primero. La asignatura se designaba con el nombre de Sufrimiento. Durante largos años, un grupo de educadores y personal contratado se encargaban de promover la desdicha del discípulo. Cada uno de los inscriptos era engañado por mujeres, atropellado por camiones y sometido a toda clase de vejámenes, no sólo durante las clases sino también en su vida particular.

Como se ve, los directores de la academia pensaban que el dolor y el arte son inseparables. Se trata de un concepto interesante, pero hay que aclarar que no todo dolor produce arte. Todos sabemos que Benjamin Franklin, cuando niño, estudiaba de noche a la luz de una vela. Lo que no significa que cualquier chicoque repita esta operación vaya a inventar el pararrayos. Sin embargo, la escuela integral recomendaba la imitación de los genios. Y así muchos alumnos repetían las pequeñas manías de los grandes creadores, creyendo que con eso bastaba. Todavía hoy puede observarse que cualquier sordo se cree Beethoven y que los mansfloras sienten que han escrito El retrato de Dorian Gray.

La disciplina de El Arte Sano era sumamente severa. Se obligaba a todos los aspirantes a conducirse como artistas en todas las horas de sus vidas. Esta medida se inspiraba en un pensamiento acertado: no se puede ser artista en los ratos libres. Hay que serlo siempre. Sin embargo, debemos confesar que el precepto se observaba con demasiado rigor. Los inspectores recorrían la barriada y si sorprendían a algún alumno destapando una canaleta, le gritaban:

–¿Qué clase de poeta es usted, que pierde tiempo en tonterías...? ¿Por qué no reflexiona acerca de la soledad y la muerte, caramba?

Y ahí nomás lo expulsaban.

No vaya a creerse que tanta insistencia en los asuntos éticos implicaba un desdén por la técnica.

Al contrario, los programas educativos contemplaban la realización de complicadísimos ejercicios de destreza: esculpir hormigas en mármol, escribir novelas prescindiendo de la letra "e", tocar la trompeta con un gajo de limón en la boca, hacer zapateo americano en la arena y extraer en forma de soneto la raíz cuadrada de 564.

Sin duda, la historia del arte es también –como decía Arnold Hauser– la historia de los esfuerzos del artista por vencer las dificultades que se le oponen.

Pero esta loca gente de Flores razonó que cuanto mayor fuera la cantidad de dificultades, más grande sería la obra obtenida. Por esa causa se enseñaba siempre a elegir el camino más difícil. Lo que no está tan mal, después de todo.

Los jerarcas de la escuela integral firmaron numerosas solicitadas abogando por la implantación de la censura, entendiéndola precisamente como escollo destinado a fomentar la imaginación y templar el espíritu. Cada vez que alguna de sus publicaciones circulaba libremente, El Arte Sano ponía el grito en el cielo denunciando el infame atropello de las autoridades al no hostigar debidamente a los escritores.

En sus épocas de mayor esplendor, la institución de Flores cobijó diferentes corrientes de pensamiento. Como siempre ocurre en el barrio del Angel Gris, cada cuestión despertaba polémicas interminables y a cada momento surgían grupos de signo opuesto.

Por ejemplo, un sector docente sostenía que la misión del arte es la obtención de la verdad. Suena bastante bien. Pero hubo desaforados que pretendieron que todo lo verdadero es artístico.

Los más lúcidos hicieron la siguiente objeción: la lista de precios del restaurante La Aurora es ciertamente una colección de verdades irrefutables, sin que se advierta en ella el menor atisbo de arte. Más justo sería decir que todo lo artístico es verdadero.

Un movimiento interesante fue el de los Vindicadores de la Torre de Marfil. Afirmaban que los artistas con inquietud social estaban encerrados en otra torre, tal vez de cemento, en la que sólo se podían ver las injusticias y el sufrimiento, sin vislumbrar siquiera el amable mundo de las formas puras. Finalmente, en un gesto grandioso, la dirección decidió demoler ambas torres.

En épocas más recientes, un grupo de profesores jóvenes insistió en la conveniencia de desmitificar el arte. Liberarlo de sus elementos mágicos y académicos y bajarlo de su pedestal.

Los resultados fueron más bien lamentables. No resulta muy divertido que un mago explique sus trucos en el escenario, ni que los actores representen sus papeles sentados en la platea. Sin artificio no hay arte. Y todos sabemos que, en artísticas cuestiones, muchas veces las cosas deben ser falsas para parecer verdaderas. También se supo que estos profesores heréticos afirmaban que un artista es un hombre como cualquier otro, blasfemia que les ocasionó el despido.

Tampoco tuvo mucho éxito la corriente que reclamaba la activa participación del público en las obras artísticas.

Se intentaron exposiciones en las que los cuadros eran terminados por los asistentes a la muestra. Después, durante la representación de la ópera Falstaff, el director de la orquesta le gritó al público:

–¡A ver esas palmas...!

Más tarde, los poetas publicaron poesías a las que les faltaba el último verso, para que el lector las completara. Por lo general lo hacían con rimas chuscas y zafadas. Finalmente se realizó una experiencia teatral insólita: el escenario había sido reemplazado por otra platea y otro gallinero, con gente, acomodadores y carameleros. En un momento dado ya no se sabía quiénes eran los actores y quién era el público, lo que daba lugar a toda clase de confusiones.

Tantas bagatelas despertaban la reacción del cuerpo directivo. En sus últimos años, la escuela integral fue más dura que nunca. Un maestro de piano llegó a imponer a sus alumnos la tuberculosis obligatoria.

Si bien es cierto que El Arte Sano no nos dejó ningún artista, es necesario admitir que por lo menos desenmascaró a más de un farsante.

No es verdad que las calamidades conduzcan el arte. Pero es indispensable hacer saber a todo el mundo que para ser artista hay que pagar un alto precio. Debe uno resignarse a estudiar las arduas cuestiones técnicas. Debe uno sufrir y hacerse mala sangre allí donde otros pasan de largo. Debe uno aprender a ver secretas señales donde nadie ha visto nada. Debe uno atormentarse cuando siente que hay un verso que no será capaz de escribir nunca. Debe uno seguir ciegamente misteriosos llamados que conducen casi siempre a la desdicha. Debe uno pelear contra el destino, aun sabiendo que será derrotado.

Después –si tiene suerte– es probable que obtenga fama y dinero. Pero ya no le importará demasiado.

La escuela demencial de Flores se ha disuelto para siempre.

Pero no es inoportuno recordar algunos de sus postulados justamente ahora, cuando los fotógrafos y los locutores inscriben sus nombres en la historia de la creación artística.

Yo no sé, desde luego, qué cosa es el arte. Sospecho, sí, que debe ser algo fatal.

Y, como ya les dije alguna vez, me parece que algo tiene que ver con el llanto.


Texto extraído del libro "Crónicas del Ángel Gris"

http://letrasdevalesania.blogspot.com/2010/08/como-reconocer-un-artista.html

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