Ahí está Newell's. De nuevo, con su fútbol que encanta, que gana, que gusta. También que golea. El 4-1 ante Vélez no fue una casualidad. Resultó, sobre todo una consecuencia del reencuentro del equipo rosarino con su juego, con su lujoso repertorio. Y fue otra cosa más, un mensaje: Newell's está para pelear otra vez arriba. Los cuatro puntos que lo separan del líder Colón mucho se parecen a un horizonte cercano. Y posible.
Newell's y Vélez son de las pocas garantías que ofrece el fútbol argentino. Porque más allá de que -como todos- pueden tener altibajos, ambos representan un modo de jugar, una idea. En definitiva, saben lo que hacen en un fútbol argentino en el que el juego escasea. No es poco. Y, más allá del resultado, ofrecieron un partido para la ovación, de esos que no son frecuentes en el torneo. Fue golpe por golpe, llegada contra llegada. Y con un Newell's devastador una vez que se puso en ventaja.
Fue astuto el planteo inaugural del Turu Flores. Se sabe que una de las fortalezas de Newell's es su salida clara, su capacidad para manejar la pelota desde el propio campo. Vélez lo fue a apretar allá arriba, cerca del arco de Nahuel Guzmán. Y consiguió molestarlo y hasta lo obligó a algunas imprecisiones. Sin embargo, sucedió una curiosidad: ante la necesidad de cambiar el libreto, el equipo de Alfredo Berti se sintió cómodo. Cada vez que logró salir de ese asedio del visitante, encontró espacios y complicó con la osadía y con la velocidad del chicomás chicodel torneo, Ezequiel Ponce, ese centrodelantero de 16 años, capaz de -con sus rendimientos- dejar sentado en el banco a un campeón del mundo como David Trezeguet.
Entonces, el primer tiempo se transformó en una sucesión de llegadas. De área a área, a todo ritmo. Cinco de Newell's; otras cinco de Vélez. Era un partido para muchos goles. Sólo faltaba precisión en los últimos metros.
Hubo un hito en el partido: en el último centro del primer tiempo (un tiro libre lejano y llovido ejecutado por Víctor Figueroa), Gabriel Heinze les ganó a todos en el aire de Rosario, cabeceó y estableció el 1-0. A esa altura, en el Marcelo Bielsa ya habitaba una certeza: Newell's volvía a ser Newell's. El fantasma de los 12 partidos sin victorias resultaba apenas un incómodo recuerdo cercano. Los goles y el fútbol otra vez eran su patrimonio.
El inicio del segundo tiempo sirvió para corroborar esa impresión: primera llegada, jugadón de Ponce, asistencia para Milton Casco, golazo. Y dos a cero. Ocho minutos después, otra jugada a lo Newell's, posesión, precisión, pase para la llegada de Cristian Díaz y otro golazo. Esos dos gritos resultaban -además- un síntoma: los dos laterales llegaron casi hasta el área chica del rival y convirtieron.
En ese tramo inicial del complemento se terminó el partido en cuanto a la incertidumbre del resultado, incluso más allá del descuento tardío de Roberto Nanni. Al cabo, fue puro regocijo para el público, que incluso se animó al "ole/ole/ole" a modo de tributo para la notable actuación de Newell's.
Otro detalle retrata la relevancia de la victoria y del rendimiento: anoche, Berti no pudo contar con sus tres internacionales (Ever Banega y Maxi Rodríguez, convocados por Argentina, y el paraguayo Marcos Cáceres, lesionado), pero el equipo igual consiguió ofrecer su mejor versión, con ese bombazo lejanísimo de Figueroa como decorado final, como moño. Para aplaudir hasta romperse las manos. Para gritar hasta que la afonía obligue a guardar la emoción...
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