En abril de 1999 todavía tenía 6 años. No conocía al 90% de la gente que conozco hoy, no sabía nada de lo que sé hoy, y creo que ni siquiera me conocía a mí.
De un día para el otro, tuvimos una perra en casa. Nos revolucionó. Cambió la energía de todo. Ya no era llegar a casa, era llegar y que te hiciera una fiesta, sólo, pero sólo porque llegabas. Era compartir medio colchón. Era tener todas las cosas mordidas y llenas de pelos. Era levantarte del sillón porque quería salir, para abrirle la puerta. Y a los dos minutos volverte a levantar porque quería entrar. No le tenía miedo a nada, salvo a los empleados de Coto a domicilio. Posta. Ni de Carrefour, ni de Jumbo, solo a los empleados de Coto. Misterios que jamás voy a resolver.
Los perros absorben. Absorben todas nuestras miserias, nuestras frustraciones. Nos descargamos con ellos. Y en vez de devolvernos eso, nos quieren. Nos aman. Nos aman sin pedir nada a cambio, más que un poco de comida y que estemos ahí con ellos. Los perros perciben nuestras tristezas, nuestras alegrías y nos devuelven su presencia incondicional.
Nunca, pero nunca en la vida vamos a encontrar el amor de un perro en otro lado. Un perro no entiende de enojo, bronca o resentimiento. Podemos pisarlo sin querer, y en vez de ladrarnos, se va a poner al lado nuestro para que lo acariciemos. Podemos olvidarnos de darle de comer, y no va a estar enojado. Solamente va a tener hambre.
Nosotros vivimos en el tiempo, ellos viven en la eternidad del instante. Eso es, al fin y al cabo, lo único que nos dejan. Mientras la gente deja ropa, joyas, autos, casas, plata, los perros simplemente nos dejan instantes. Y está bien que sea así, porque nos damos cuenta de todo lo que no necesitamos para ser felices.
Pero ella no era mi perra. Era mi hermana.
Yala, te quiero. Y no te fuiste a ningún lado, porque vas a vivir para siempre.
Gracias por la simpleza de tu amor. Y perdón por todo lo que no te pude dar.
7/4/1999 - 27/2/2014
Si tienen un perro, acarícienlo, jueguen, quiéranlo. Son irremplazables, y solo viven para nosotros. Es lo mínimo que podemos darles a cambio.
De un día para el otro, tuvimos una perra en casa. Nos revolucionó. Cambió la energía de todo. Ya no era llegar a casa, era llegar y que te hiciera una fiesta, sólo, pero sólo porque llegabas. Era compartir medio colchón. Era tener todas las cosas mordidas y llenas de pelos. Era levantarte del sillón porque quería salir, para abrirle la puerta. Y a los dos minutos volverte a levantar porque quería entrar. No le tenía miedo a nada, salvo a los empleados de Coto a domicilio. Posta. Ni de Carrefour, ni de Jumbo, solo a los empleados de Coto. Misterios que jamás voy a resolver.
Los perros absorben. Absorben todas nuestras miserias, nuestras frustraciones. Nos descargamos con ellos. Y en vez de devolvernos eso, nos quieren. Nos aman. Nos aman sin pedir nada a cambio, más que un poco de comida y que estemos ahí con ellos. Los perros perciben nuestras tristezas, nuestras alegrías y nos devuelven su presencia incondicional.
Nunca, pero nunca en la vida vamos a encontrar el amor de un perro en otro lado. Un perro no entiende de enojo, bronca o resentimiento. Podemos pisarlo sin querer, y en vez de ladrarnos, se va a poner al lado nuestro para que lo acariciemos. Podemos olvidarnos de darle de comer, y no va a estar enojado. Solamente va a tener hambre.
Nosotros vivimos en el tiempo, ellos viven en la eternidad del instante. Eso es, al fin y al cabo, lo único que nos dejan. Mientras la gente deja ropa, joyas, autos, casas, plata, los perros simplemente nos dejan instantes. Y está bien que sea así, porque nos damos cuenta de todo lo que no necesitamos para ser felices.
Pero ella no era mi perra. Era mi hermana.
Yala, te quiero. Y no te fuiste a ningún lado, porque vas a vivir para siempre.
Gracias por la simpleza de tu amor. Y perdón por todo lo que no te pude dar.
7/4/1999 - 27/2/2014
Si tienen un perro, acarícienlo, jueguen, quiéranlo. Son irremplazables, y solo viven para nosotros. Es lo mínimo que podemos darles a cambio.
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