29/1/14

Argentina y Bolivia vs. el Doctor Shock

Argentina y Bolivia vs. el Doctor Shock
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Capítulo 7
EL NUEVO DOCTOR SHOCK
La guerra económica sustituye a la dictadura


La situación de Bolivia podría compararse con el caso
de una persona que padece un cáncer. Ésta sabe que se enfrenta
a la intervención más peligrosa y dolorosa que existe
(y la estabilización monetaria y otras medidas por el estilo lo
son sin duda). Pero no tiene alternativa.
CORNELIUS ZONDAG, asesor económico
estadounidense para Solivia, 1956'

El uso del cáncer en el discurso político alienta el fatalismo
y justifica las medidas «severas», además de reforzar
considerablemente la noción fya generalizada) de que Ja enfermedad
es mortal de necesidad. El concepto mismo de
enfermedad nunca es inocente, pero en el caso de las metáforas
que recurren a la imagen del cáncer, podría decirse que
resulta implícitamente genocida.
SuSAN SONTAG, La enfermedad
y sus metáforas, 19772

En 1985, Bolivia pasó a formar parte de la ola democrática que barría
en aquellos momentos el mundo en vías de desarrollo. Durante
dieciocho de los veintiún años previos, los bolivianos habían estado sometidos
a una forma u otra de dictadura. En aquel instante, tenían la
oportunidad de escoger a su presidente en unas elecciones nacionales.
Ahora bien, hacerse con el control de la economía boliviana en
aquella particular coyuntura tenía menos de premio que de castigo: su
deuda era tan elevada que la cuantía de lo que Bolivia debía sólo en
concepto de intereses era superior al total de su presupuesto nacional.

Un año antes, en 1984, la administración de Ronald Reagan había puesto
la situación del país al límite financiando una ofensiva sin precedentes
contra sus cultivadores de coca, planta de cuyas hojas se puede obtener
cocaína tras un proceso de refino. El asedio, que transformó una
amplia zona de Bolivia en una auténtica zona militarizada, no sólo asfi

(194 Democracia superviviente)
xió el comercio de coca, sino que también interrumpió la fuente de
aproximadamente la mitad de los ingresos por exportaciones del país,
lo que precipitó un descalabro económico general. Según informó el
New York Times por aquel entonces, «cuando el ejército se adentró en
el Chapare en agosto y cerró parte del grifo de los narcodólares, la onda
expansiva se dejó sentir de inmediato en el hasta entonces próspero
mercado negro operativo en dólares
. [...] Menos de una semana después
de la ocupación del Chapare, el gobierno se vio obligado a devaluar
el precio oficial del peso en más de la mitad». En apenas unos meses,
la inflación se había multiplicado por diez y miles de personas
abandonaban el país para buscar empleo en Argentina, Brasil, España
y Estados Unidos
.3

Bolivia afrontó sus históricas elecciones nacionales de 1985 en
aquellas volátiles circunstancias, con una inflación anual de hasta el
14.000 %
. Las elecciones fueron una contienda entre dos figuras familiares
para los bolivianos: un ex dictador, Hugo Banzer, y un ex presidente
electo, Víctor Paz Estenssoro. La votación fue muy reñida y la
decisión final correspondió al Congreso de Bolivia, pero el equipo de
Banzer estaba convencido de haber ganado los comicios. Antes incluso
de que se anunciaran los resultados definitivos, contrataron los servicios
de un casi desconocido economista de treinta años llamado Jeffrey
Sachs para que les ayudara a elaborar un plan económico antiinflacionista.

Sachs era una estrella emergente del Departamento de Economía
de Harvard que acumulaba diversos premios académicos y se había
convertido en uno de los profesores titulares más jóvenes de aquella
universidad. Unos meses antes, una delegación de políticos bolivianos
había visitado Harvard y había visto a Sachs en acción; las bravuconadas
de éste les habían dejado impresionados. El joven profesor les había
dicho que podía dar la vuelta a su crisis inflacionaria en un solo día.
Sachs carecía de experiencia en el terreno de la economía del desarrollo,
pero, según él mismo admitiría años más tarde, «creía que sabía todo
lo que había que saber» sobre la inflación.4

Sachs estaba fuertemente influido por los escritos de Keynes sobre
la relación entre la hiperinflación y la extensión del fascismo en Alemania
tras la Primera Guerra Mundial. El acuerdo de paz impuesto sobre
los alemanes había conducido a éstos a una grave crisis económica,
que se materializó en una tasa de hiperinflación de un 3.250.000 % en
1923 y se vio posteriormente agravada por la Gran Depresión. Con una

(El nuevo doctor Shock 195)
tasa de paro del 30 % y un sentimiento generalizado de indignación ante
lo que parecía ser una conspiración mundial en su contra, el país fue
terreno abonado para el nazismo.

A Sachs le gustaba citar una famosa advertencia de Keynes, quien
escribió en una ocasión que «no existe un modo más sutil ni más seguro
de anular la base de una sociedad que degradar su moneda. El proceso
pone en marcha todas las fuerzas ocultas del lado destructor de la
ley económica»
.5 Compartía con Keynes la opinión de que el sagrado
deber de los economistas era reprimir esas fuerzas destructivas a toda
costa. «Lo que aprendí de Keynes —dice Sachs— fue la conciencia del
riesgo de que las cosas se tuerzan por completo y la honda tristeza que
eso produce. ¡Qué estúpidos fuimos al dejar a Alemania en aquel estado
de deterioro y abandono!».6 Sachs también declaró en algún momento
a los periodistas que consideraba el estilo de vida de Keynes, un
economista trotamundos y políticamente comprometido, todo un modelo
para su propia carrera.

Aunque Sachs compartía la fe de Keynes en el poder de la economía
para combatir la pobreza, era también un producto de la América
de Reagan, que, en 1985, se hallaba inmersa en plena reacción de inspiración
friedmanita contra todo lo que Keynes representaba. Los preceptos
de la Escuela de Chicago sobre la supremacía del libre mercado
se habían convertido enseguida en la ortodoxia indiscutida de los
departamentos de Economía de las universidades de la Ivy League, incluida
Harvard, y Sachs no fue ni mucho menos inmune a ello. Admiraba
la «fe en los mercados [de Friedman], su insistencia constante
en llevar a cabo una gestión monetaria adecuada», y consideraba sus
ideas «mucho más precisas que los confusos argumentos estructuralistas
o pseudokeynesianos que tan a menudo se oyen en el mundo en desarrollo
».7

Esos argumentos «confusos» eran los mismos que habían sido violentamente
reprimidos en América Latina hacía una década y que consistían
fundamentalmente en el convencimiento de que, para escapar
de la pobreza, el continente necesitaba romper con las estructuras de
propiedad coloniales mediante políticas intervencionistas como la reforma
agraria, las protecciones y las subvenciones al comercio, la nacionalización
de los recursos naturales y la gestión cooperativa de los
centros de trabajo. Sachs no tenía tiempo para cambios tan estructurales.

O sea que, si bien no sabía casi nada sobre Bolivia ni sobre su larga

(196 Democracia superviviente)
tradición de explotación colonial, ni la represión a la que se habían visto
sometidos siempre sus habitantes indígenas, ni sobre las conquistas
que tanto esfuerzo había costado conseguir en la revolución de 1952,
estaba convencido de que, además de hiperinflación, Bolivia era víctima
del «romanticismo socialista»: la misma falsa ilusión de desarrollismo
que una generación anterior de economistas formados en Estados
Unidos había intentado erradicar del Cono Sur.
8

Donde el camino de Sachs se apartaba de la ortodoxia de la Escuela
de Chicago era en que él creía que las políticas de libre mercado tenían
que ser respaldadas con medidas de alivio de la deuda y con ayudas
generosas: para el joven economista de Harvard, la mano invisible
no era suficiente. Esta discrepancia acabaría haciendo que Sachs se separara
definitivamente de sus colegas partidarios del laissez-faire más
puro y se dedicara en exclusiva al tema de las ayudas. Pero para ese divorcio
aún quedaban unos cuantos años. En Bolivia, la ideología híbrida
de Sachs no hizo más que contribuir a ciertas contradicciones de lo
más peculiar.

Así, por ejemplo, nada más bajar del avión en La Paz, respirando
aquella fina atmósfera andina por vez primera, se imaginó a sí
mismo como una especie de Keynes de nuestro tiempo que acudía allí
a salvar al pueblo boliviano del «caos y el desorden» de la hiperinflación.*
Aunque el principio central del keynesianismo es que los países
que padecen una recesión económica severa deben gastar dinero para
estimular la economía, Sachs adoptó el enfoque contrario y abogó por
la austeridad en el gasto público y por el aumento de precios en plena
crisis (la misma fórmula de contracción económica que Business Week
había calificado tiempo atrás como propia de un «mundo esquizofrénico
de depresión inducida deliberadamente»
).9

Sachs tenía un consejo muy directo y simple para Banzer: sólo una
terapia de shock súbito remediaría la crisis hiperinflacionaria boliviana.
Así que le propuso multiplicar por diez el precio del petróleo y desregular
los precios de toda una serie de productos, además de practicar
diversos recortes presupuestarios. En un discurso ante la Cámara de
Comercio Bolivianoamericana, Sachs volvió a predecir que podría poner
fin a la hiperinflación de la noche a la mañana
y, según él mismo es-
* Acabar con la hiperinflación no sirvió para que Alemania evitara la depresión ni,
posteriormente, el fascismo, pero ésa es una contradicción que Sachs nunca ha abordado
en su persistente empleo de dicha analogía.

(El nuevo doctor Shock 197)
cribiría más tarde, «el público asistente sintió una mezcla de sobresalto
y de gran alegría ante aquella posibilidad».10 Sachs, al igual que
Friedman, creía fervientemente que basta una política que induzca una
sacudida repentina para que «una economía se reoriente y salga del callejón
sin salida en el que se encuentra (sea éste el callejón sin salida del
socialismo, de la corrupción masiva o de la planificación central) para
transformarse en una economía de mercado normal».11

Mientras Sachs hacía tan osadas promesas, los resultados de las
elecciones bolivianas estaban todavía por decidir. El ex dictador Hugo
Banzer se comportaba como si hubiera salido victorioso de ellas, pero
su rival en la contienda, Víctor Paz Estenssoro, no había arrojado aún la
toalla. Durante la campaña, Paz Estenssoro había ofrecido escasos detalles
concretos de cómo pretendía abordar la inflación. Pero había sido
elegido en tres ocasiones presidente de Bolivia con anterioridad, la última
de ellas en 1964, antes de ser depuesto por un golpe de Estado.

Paz había sido, precisamente, el rostro de la transformación desarrollista
de Bolivia, ya que había nacionalizado las grandes minas de estaño del
país, había empezado a distribuir tierras entre los campesinos indígenas
y había defendido el derecho al voto de todos los bolivianos. Como Juan
Perón en Argentina, Paz había sido una figura compleja pero omnipresente
en el panorama político de Bolivia y, a menudo, había practicado
bruscos cambios de alianzas para mantenerse en el poder o para regresar
a él. Durante la campaña de 1985, un Paz ya envejecido juró lealtad
a su pasado «nacionalista revolucionario» e hizo alguna que otra referencia
imprecisa a un cierto grado de responsabilidad fiscal. No era un
socialista, pero tampoco era un neoliberal de la Escuela de Chicago...
o eso, al menos, era lo que los bolivianos creían.12

Dado que la decisión definitiva sobre quién iba a ser nombrado
presidente correspondía al Congreso, aquél fue un período de negociaciones
trascendentales de trastienda y de toma y daca entre los partidos
contendientes, el Congreso y el Senado. Uno de los senadores recién
elegidos (Gonzalo Sánchez de Lozada, conocido en Bolivia como
«Goni») acabó desempeñando un papel fundamental. Había vivido
durante tanto tiempo en Estados Unidos que hablaba español con un
marcado acento inglés y había regresado a Bolivia para convertirse en
uno de los empresarios más ricos del país. Era dueño de Comsur, la segunda
mayor mina privada de Bolivia (que pronto se convertiría en la
primera). De joven, Goni había estudiado en la Universidad de Chica

(198 Democracia superviviente)
go y, aunque no era economista, estaba muy influido por las ideas de
Friedman y reconocía que éstas tenían implicaciones extraordinariamente
rentables para el sector minero, que, en Bolivia, continuaba controlado
principalmente por el Estado. Cuando Sachs expuso sus planes
de shock al equipo de Banzer, Goni quedó impresionado.

Los detalles de aquellas negociaciones secretas no han trascendido
jamás, pero sus resultados son suficientemente evidentes. El 6 de agosto
de 1985, Paz fue investido presidente de Bolivia. Sólo cuatro días
después, el nuevo presidente designaba a Goni para encabezar un equipo
económico bipartidista de emergencia (y de alto secreto) encargado
de reestructurar,radicalmente la economía.

El punto de partida de dicho
grupo fue la terapia de shock de Sachs, pero ésta iba a ir aún más
lejos de lo que el economista estadounidense había sugerido en un
principio. Lo que se propuso finalmente, de hecho, fue el desmantelamiento
de todo el modelo económico centrado en el Estado que el propio
Paz había construido apenas unas décadas antes. Para entonces,
Sachs ya había vuelto a Harvard, pero, según él mismo confesó, se «alegró
de oír que el ADN [el partido de Banzer] hubiese compartido una
copia del plan de estabilización [sugerido por Sachs] con el nuevo presidente
y su equipo»."

El partido de Paz no tenía ni idea de que su líder hubiera cerrado
aquel acuerdo en la trastienda del poder. Paz no había hecho partícipe
a ningún miembro de su recién elegido gabinete (salvo al ministro de
Economía y al de Planificación, que formaban parte del grupo secreto)
de la existencia de aquel equipo económico de emergencia.14

El equipo se reunió durante diecisiete días seguidos en el salón de
la residencia palaciega de Goni. «Nos escondimos allí con suma cautela
y de una manera casi clandestina», recordó años después el ministro de
Planificación, Guillermo Bedregal, en una entrevista concedida en 2005
en la que revelaba por primera vez todos esos detalles.*15 El proyecto
" Los bolivianos desconocieron durante dos décadas cómo se había diseñado el
programa de terapia de shock que se les había aplicado.

En agosto de 2005, veinte años
después de la redacción del decreto original, la periodista boliviana Susan Velasco Portillo
entrevistó a los miembros del equipo económico de emergencia y varios de ellos
compartieron con ella información sobre aquella operación clandestina. La descripción
que se incluye en este libro está basada fundamentalmente sobre los recuerdos allí
vertidos.

(El nuevo doctor Shock 199)
que tenían entre manos consistía en una revisión tan radical y generalizada
de una economía nacional como nunca se había intentado en una
democracia. El presidente Paz estaba convencido de que su única esperanza
en ese sentido era moverse con toda la rapidez y toda la inmediatez
posibles. El esperaba que, de ese modo, los destacadamente
militantes sindicatos y agrupaciones campesinas de Bolivia serían tomados
por sorpresa y no tendrían posibilidad de organizar una respuesta.
Según recordó posteriormente Goni, Paz «no dejaba de decir:

"Si van a hacerlo, háganlo ahora. No puedo operar dos veces"».16 El
motivo del cambio radical de postura de Paz tras las elecciones continúa
siendo un misterio. Falleció en 2001 y nunca explicó si había accedido
a adoptar el programa de terapia de shock de Banzer a cambio de
que se le concediera la presidencia o si experimentó una sincera conversión
ideológica. Pero Edwin Corr, embajador estadounidense en
Bolivia por aquel entonces, me dio alguna idea al respecto. Él recordaba
haberse reunido con todos los partidos políticos y haberles dejado
muy claro que la ayuda estadounidense sólo llegaría al país si se decidían
por el camino del shock.

Tras diecisiete días, Bedregal, el ministro de Planificación, tenía en
sus manos el borrador de un programa de terapia de shock de manual.
En él se proponía la eliminación de los subsidios para alimentos, la anulación
de casi todos los controles de precios y una subida del 300 % en
el precio del petróleo.17 Pese a que el nivel de vida iba a resultar mucho
más caro en un país que ya de por sí era desesperadamente pobre, el
plan también preveía la congelación durante un año de los sueldos de los
funcionarios públicos en sus bajos niveles de entonces.


También instaba
a efectuar duros recortes en el gasto del Estado, a abrir por completo las
fronteras bolivianas a las importaciones sin límites de ninguna clase y a
una reducción de plantilla de las empresas estatales como paso previo
a su privatización. Bolivia no había tenido la revolución neoliberal que
se había impuesto en el resto del Cono Sur durante la década de los setenta,
pero se aprestaba a compensar de golpe todo el tiempo perdido.


Cuando los miembros del equipo de emergencia acabaron de redactar
las nuevas leyes, no estaban todavía listos para compartirlas con
el resto de representantes electos del país ni, aún menos, con sus votantes,
que nunca habían respaldado con sus sufragios semejante plan.
Así que tenían una última tarea que realizar. Acudieron en grupo a la
oficina del representante del Fondo Monetario Internacional en Boli

(200 Democracia superviviente)
vía y le explicaron lo que pretendían llevar a cabo. La respuesta de éste
fue de ánimo y terriblemente desalentadora, al mismo tiempo: «Esto
es lo que todo alto funcionario del FMI sueña en algún momento. Pero
si no funciona, yo, por suerte, dispongo de inmunidad diplomática
y podré escaparme de aquí en avión»
.18

Los bolivianos que proponían aquel plan no contaban con esa vía
de escape, así que varios de ellos empezaron a temer muy seriamente la
posible reacción de la población. «Nos matarán», predijo Fernando
Prado, el miembro más joven del grupo. Bedregal, principal autor del
plan, trató de arengar a los demás comparando el equipo con un escuadrón
de pilotos de combate en una misión de ataque sobre el enemigo.
«Tenemos que ser como el piloto de Hiroshima. Cuando lanzó la
bomba atómica, no sabía lo que estaba haciendo, pero cuando vio la
nube de humo que dejó atrás, dijo: " ¡Huy, cuánto lo siento!". Y eso es
exactamente lo que tenemos que hacer nosotros: lanzar las medidas y
luego pedir perdón»
.19

La idea de que los cambios de política deben realizarse del mismo
modo que se lanza un ataque militar sorpresa es un tema recurrente entre
los economistas de las terapias de shock. Los autores de Shock and
Awe: Achieving Rapid Dominance, documento de doctrina militar estadounidense
publicado en 1996 y que acabaría constituyendo una de
las bases teóricas de la invasión de Irak en 2003, afirman que la fuerza
invasora «debe hacerse con el control del entorno y debe paralizar o
sobrecargar las percepciones del adversario o su comprensión de los
hechos hasta el punto de anular la capacidad de resistencia del enemigo
».20 El shock económico funciona con acuerdo a una teoría similar:

la premisa es que las personas pueden desarrollar respuestas a los cambios
graduales —un recorte en un programa sanitario por aquí o un
acuerdo comercial por allá—, pero si lo que les viene encima son decenas
de cambios desde todas las direcciones y al mismo tiempo, lo que
les invade es una sensación de inutilidad y la población acaba por cansarse
y ablandarse.

A fin de inducir tal desesperanza, los planificadores bolivianos exigían
que todas sus medidas radicales se aplicaran simultáneamente y
dentro de los primeros cien días del nuevo gobierno. En lugar de presentar
cada sección del plan como una ley separada (el nuevo código
fiscal, la nueva ley de precios, etc.), el equipo de Paz insistió también
en reunir toda la revolución en un único decreto ejecutivo: el D. S

(El nuevo doctor Shock 201)
(Decreto Supremo) 21060. Éste contenía 220 leyes diferentes y abarcaba
todos y cada uno de los aspectos de la vida económica del país, lo
que lo hacía equivalente —en su alcance y su ambición— al conocido
como «ladrillo», el voluminoso plan económico redactado por los de
Chicago en previsión del golpe de Estado de Pinochet en Chile. Según
sus autores, el programa tenía que aceptarse o rechazarse en su totalidad;
no era susceptible de enmiendas. Era el equivalente en términos
económicos del «shock e impacto».

Una vez terminado el documento, el equipo hizo cinco copias: una
era para Paz, otra para Goni y otra más para el ministro de Hacienda. El
destino de las dos copias restantes es revelador de lo convencidos que
estaban Paz y su equipo de que muchos bolivianos considerarían aquel
plan como un acto de guerra: una de ellas fue para el jefe del ejército y
la otra para el de la policía. El gabinete de Paz, no obstante, continuó
sin ser informado y bajo la errónea impresión de estar trabajando para
el mismo hombre que, años atrás, había nacionalizado las minas y había
redistribuido tierras.

Tres semanas después de jurar el cargo como presidente, Paz convocó
por fin a su gabinete para comunicarles la sorpresa que les había
estado guardando. Ordenó que se cerraran las puertas de las dependencias
del gobierno y «dio instrucciones a las secretarias para que no
pasaran ninguna llamada telefónica a los señores ministros». Bedregal
leyó enteras las sesenta páginas a sus asombrados oyentes. Estaba tan
nervioso, según confesaría más tarde, que llegó «incluso a tener una
hemorragia nasal apenas unos minutos después». Paz informó a los
miembros de su gabinete que el decreto no iba a someterse a debate: en
otro de sus pactos de trastienda, se había asegurado el apoyo del derechista
partido opositor de Banzer. Si no estaban de acuerdo, les dijo,
podían dimitir.

«Yo no estoy de acuerdo», le anunció el ministro de Industria.
«Haga el favor de marcharse», le conminó Paz. El ministro optó
por quedarse. Con una inflación aún disparada y sin señal alguna de remitir,
y dados los indicios de que la aplicación de un enfoque de terapia
de shock se vería recompensada con una importante ayuda financiera
de Washington, nadie se atrevió a irse. Dos días después, en un
discurso presidencial televisado y bajo el lema «Bolivia se nos muere»,
Paz descargó su «ladrillo» particular sobre una población completamente
desprevenida.

(202 Democracia superviviente)
Sachs tuvo razón al predecir que el aumento de precios pondría fin
a la hiperinflación. En sólo dos años, la inflación anual había bajado
hasta el 10 %, una cifra admirable desde todos los puntos de vista.21
Pero el legado general de la revolución neoliberal boliviana es mucho
más controvertido. Todos los economistas coinciden en que cualquier
aumento rápido de la inflación es sumamente dañino e insostenible,
y debe ser controlado a través de un proceso de ajuste que ocasiona
importantes penalidades.

Lo que ya es objeto de debate es decidir cómo
conseguir un programa de ese tipo que resulte creíble y quién ha de soportar,
en cada sociedad, el grueso de los mencionados padecimientos.
Ricardo Grinspun, profesor de economía de la Universidad de York
(en Canadá) y especializado en América Latina, explica que, cuando se
adopta un enfoque típico de la tradición keynesiana o desarrollista, se
intenta movilizar apoyos y compartir la carga a través de «un proceso
negociado entre las partes más importantes:

el gobierno, los empresarios,
los agricultores, los sindicatos, etc. De ese modo, se alcanzan
acuerdos sobre políticas de rentas (como los salarios y los precios) al
tiempo que se ponen en marcha medidas de estabilización». En marcado
contraste con el anterior, «el enfoque ortodoxo consiste en trasladar
todo el coste social hacia los pobres por medio de una terapia de shock»,
según Grinspun. Y eso, como él mismo me explicó, fue precisamente lo
que sucedió en Bolivia.


Se suponía que la liberalización del comercio —tal y como Friedman
había prometido que sucedería en Chile— ayudaría a crear empleos
a medio plazo para quienes se quedasen sin trabajo en un primer
momento. Pero no lo hizo y el índice de desempleo pasó del 20 % que
se registraba cuando se celebraron las elecciones a una cifra entre el 25
y el 30 % dos años más tarde.22 Por ejemplo, en la compañía minera estatal
—la que Paz había nacionalizado durante los años cincuenta— se
produjo una reducción de plantilla que hizo que pasara de tener 28.000
empleados a sólo 6.000.


El salario mínimo nunca recuperó su valor anterior y, tras dos años
de aplicación del programa, los sueldos reales habían disminuido en un
40 % y llegaron incluso a tocar fondo con una disminución del 70 %.
En 1985, el año de la terapia de choque, la renta per cápita de Bolivia
era de 845 dólares; dos años después, había caído hasta los 789. Y hablamos
aquí de los indicadores empleados por Sachs y el gobierno,
que, pese a que, por sí solos, ya dan una idea de los nulos progresos


(El nuevo doctor Shock 203)
producidos, no llegan ni siquiera a insinuar la degradación que había
experimentado la vida diaria de muchos bolivianos. La renta media por
habitante se calcula agregando la renta total del país y dividiéndola
por su población, pero no refleja los efectos que la terapia de shock tuvo
en Bolivia y que fueron los mismos que en el resto de la región: una
reducida élite se hizo mucho más rica, pero amplios sectores de la que
antaño había sido la clase trabajadora quedaron completamente apartados
de la economía y se convirtieron en población excedente.


En 1987, los ingresos medios de los campesinos bolivianos sólo eran de
140 dólares anuales, menos de la quinta parte de la «renta media».25
Ahí radica el problema de medir únicamente el «promedio»: las cifras
borran las profundas divisiones existentes.
Un dirigente del sindicato de los campesinos explicó que «las estadísticas
del gobierno no reflejan el creciente número de familias obligadas
a vivir en tiendas de campaña, los miles de niños malnutridos
que sólo tienen un pedazo de pan y una taza de té con que alimentarse
al día, los centenares de campesinos que han venido a la capital en busca
de trabajo y que acaban mendigando por las calles».26 Aquélla era la
historia oculta de la terapia de shock. en Bolivia:

cientos de miles de empleos
a tiempo completo y con derecho a pensión fueron eliminados
y reemplazados por otros de carácter precario y sin protección social
alguna. Entre 1983 y 1988, el número de bolivianos con derecho a
prestaciones de la seguridad social descendió en un 61 %.27
Sachs, que regresó a Bolivia para ejercer de asesor mediada la transición,
se opuso a incrementar los salarios para mantener su nivel a la
par de las subidas de los precios de los alimentos y la gasolina, y se
mostró partidario, sin embargo, de establecer un fondo de emergencia
para ayudar a los más duramente golpeados por la transformación:

un poco de esparadrapo para tapar lo que se había convertido ya en una
herida abierta. Sachs había vuelto a Bolivia a petición de Paz Estenssoro
y allí trabajó directamente para el presidente. Se le recuerda como
un personaje implacable. Según Goni (quien, unos años después, se
convertiría en presidente de Bolivia), Sachs ayudó a hacer aún más firme
la determinación de los decisores políticos en un momento en que
se acumulaba una creciente presión popular contra el coste humano de
la terapia de shock. «En sus visitas, decía:

"Miren, todo ese rollo gradualista no funciona y punto.
Cuando la cosa se les va de las manos, tienen que pararla.
Es como si ustedes fueran una medicina. Es

(204 Democracia superviviente)
tan obligados a dar algunos pasos radicales, porque, si no, su paciente
acabará muriéndose"».28

Uno de los resultados inmediatos de esa determinación fue que una
gran parte de la población más desesperadamente pobre de Bolivia se
vio empujada a dedicarse al cultivo de la coca, ya que ésta les retribuía
diez veces más que otros productos agrícolas (lo cual no dejaba de resultar
irónico, puesto que lo que había desencadenado la crisis económica
en primera instancia había sido el asedio auspiciado por Estados
Unidos contra los cultivadores de coca).29

En 1989, se estimaba que
uno de cada diez trabajadores se había reconvertido a alguno de los
sectores relacionados con la producción o la distribución de coca o de
cocaína.30 Entre esos trabajadores se encontraba la familia de Evo Morales,
futuro presidente de Bolivia y, antes de eso, líder del activo sindicato
de los cultivadores de coca.

La industria de la coca desempeñó un papel significativo en la reactivación
de la economía de Bolivia y la remisión de la inflación (un hecho
reconocido actualmente por los historiadores, pero jamás mencionado
por Sachs en sus explicaciones de cómo sus reformas vencen a
la inflación).31

Sólo dos años después de la «bomba atómica» lanzada
sobre la economía boliviana, las exportaciones ilegales de droga generaban
más ingresos para el país que todas sus exportaciones legales juntas,
y, según las estimaciones, unas 350.000 personas se ganaban la vida
dedicándose a algún aspecto del comercio de la droga. «En estos momentos
», comentó por aquel entonces un banquero extranjero, «la economía
boliviana está enganchada a la cocaína».32

En los instantes inmediatamente posteriores a la aprobación y la aplicación
de la terapia de shock, pocas eran las voces que fuera de Bolivia
hablaban de todas esas complejas repercusiones. Lo que se explicaba
era una historia mucho más sencilla que tenía como protagonista a un
audaz y joven profesor de Harvard que había conseguido, casi en solitario,
«salvar la economía de Bolivia de las convulsiones de la inflación
», según la publicación Bostón Magazine."

La victoria sobre la inflación
que Sachs había ayudado a diseñar fue suficiente para que se
calificase a Bolivia de éxito impresionante del libre mercado, «el más
extraordinario de la era moderna», según lo describió The Economist.
El «milagro boliviano» lanzó de inmediato a Sachs al estréllalo
en los círculos del poder financiero y catapultó su carrera académica

El nuevo doctor Shock 205)
como experto más destacado en economías golpeadas por la crisis, lo
que, en los años siguientes, le llevaría a Argentina, Perú, Brasil, Ecuador
y Venezuela.

Las alabanzas vertidas sobre Sachs no estaban motivadas simplemente
por el hecho de que se hubiera logrado contener la inflación en
un país pobre, sino porque había conseguido lo que tantos habían juzgado
imposible: había contribuido a organizar una transformación radical
de signo neoliberal dentro de los confines de una democracia y sin
que mediara una guerra, y se trataba de una transformación mucho más
amplia que las intentadas por Thatcher o por Reagan. Sachs era plenamente
consciente de la significación histórica de lo que había logrado.

«Bolivia fue realmente la primera combinación auténtica, en mi opinión,
de reforma democrática y cambio institucional económico», diría
años después. «Y Bolivia, mucho más que Chile, mostró que es posible
conjugar la liberalización política y la democracia con la liberalización
económica. Ésa fue una lección de suma importancia: ambos aspectos
podían funcionar paralelamente y fortaleciéndose mutuamente».35

La comparación con Chile no era casual. Gracias a Sachs —un
«evangelista del capitalismo democrático», según lo describió el New
York Times—, la terapia de shock pudo por fin sacudirse el hedor de
las dictaduras y los campos de la muerte que se había adherido a ella
desde que Friedman realizara aquel fatídico viaje a Santiago de Chile
una década antes.36 Sachs había demostrado, contrariamente a lo que
afirmaban los críticos, que la cruzada por el libre mercado podía no sólo
sobrevivir a la ola democrática que recorría en aquel momento el
mundo, sino subirse a ella y ser impulsada por ella. Y Sachs, por sus
elogios hacia Keynes y su compromiso inmutablemente idealista con la
mejora de la situación del mundo en vías de desarrollo, era el hombre
perfecto para guiar esa cruzada a través de esta nueva era, más amable
y pacífica.

La izquierda boliviana calificaba el decreto de Paz de «pinochetismo
económico».37 Pero para la agrupacion empresarial, tanto la de dentro
de Bolivia como la del extranjero, se trataba precisamente de eso: Bolivia
había introducido una terapia de shock de corte pinochetista sin necesidad
de un Pinochet y bajo un gobierno de centro-izquierda, nada
menos. Como un banquero boliviano comentó con admiración, «Paz ha
logrado en el seno de un ssistema democrático lo que Pinochet consiguió
mediante las bayonetas».38

(206 Democracia superviviente)
La historia del milagro boliviano ha sido contada una y otra vez en artículos
de diarios y de revistas, en perfiles biográficos de Sachs, en el principal
best seller de este autor y en producciones documentales, como una
serie de la PBS en tres partes titulada Commanding Heights: The Battle
for the World Economy. Pero hay un problema importante: lo que se explica
en esa historia no se ajusta a la verdad. Bolivia demostró que la terapia
de shock podía ser impuesta en un país que acababa de celebrar
unas elecciones, pero no evidenció que pudiese ser aceptada democráticamente
o sin represión; en realidad, volvió a ser una prueba evidente de
lo contrario.

Para empezar, no hay que olvidar el problema obvio de que el presidente
Paz no contaba con mandato alguno de los votantes bolivianos
para rehacer por completo la arquitectura económica del país. Había
concurrido a las elecciones con un programa nacionalista que
había abandonado súbitamente por un pacto a puerta cerrada. Años
más tarde, el influyente economista liberal John Williarnson acuñaría
un término para lo que hizo Paz en su momento: lo llamó la «política
del vudú» (la mayoría de las personas lo llaman simplemente «mentir
»).39 Y ése no era, ni mucho menos, el único problema del relato
que narraba la supuesta aceptación democrática del programa.

Como era de prever, muchos de los votantes que eligieron a Paz estaban
indignados por su traición y, nada más presentarse el decreto, decenas
de millares salieron a las calles para tratar de bloquear un plan
que comportaría múltiples despidos y un agravamiento del hambre. La
mayor oposición provino de la principal federación sindical del país,
que convocó una huelga general que paralizó la industria por completo.
La respuesta de Paz fue contundente (hasta el punto de que, en
comparación, el trato dispensado por Thatcher a los mineros fue de lo
más dócil y gentil).

Declaró de inmediato el estado de sitio y desplegó
los tanques del ejército por las calles de la capital, en la que se impuso
un estricto toque de queda.


A raíz de tales medidas, los bolivianos necesitaron
presentar pases especiales para viajar por su propio país, por
ejemplo. La policía antidisturbios organizó redadas en los locales de los
sindicatos, en una universidad y en una emisora de radio, así como en
diversas fábricas. Se prohibieron las asambleas políticas y las manifestaciones,
y se hizo obligatorio contar con un permiso estatal para celebrar
reuniones.40 La política opositora fue ilegalizada en la práctica, como
lo había sido durante la dictadura de Banzer.

(El nuevo doctor Shock 207)
Para despejar las calles, la policía detuvo a 1.500 manifestantes,
dispersó las multitudes con gas lacrimógeno y disparó sobre los huelguistas
que, según sus alegaciones, habían atacado a sus agentes.41 Paz
tomó también medidas adicionales para asegurarse de poner definitivamente
fin a las protestas. Los líderes de la federación sindical se declararon
en huelga de hambre y Paz ordenó a la policía que arrestara a
los doscientos dirigentes obreros más destacados, los subiera a bordo
de unos aviones y los trasladara a prisiones remotas en la Amazonia.42

Según Reuters, entre los detenidos se encontraba «la dirección de la
Confederación Obrera Boliviana y otros altos dirigentes sindicales»,
que fueron llevados «a pueblos aislados de la cuenca amazónica en el
norte de Bolivia, donde se les [limitó] su libertad de movimientos».43
Se trató de un secuestro en masa, con petición de rescate incluida: los
prisioneros serían liberados sólo si los sindicatos desconvocaban sus
manifestaciones, algo a lo que finalmente accedieron.

Filemón Escobar
era un minero y un activista obrero y manifestante habitual en aquellos
años. En una entrevista telefónica reciente, me explicó desde Bolivia
que «arrancaron a los líderes obreros de las calles y se los llevaron a la
selva para que los bichos los devoraran vivos. Para cuando los liberaron,
el nuevo plan económico ya estaba plenamente instaurado». Según
Escobar, «el gobierno no se llevó a nadie a la jungla para torturarlo o
asesinarlo, pero sí para sacar adelante su plan económico».

Este estado de sitio extraordinario se mantuvo durante tres meses.
Dado que la totalidad del plan se desplegó en sólo cien días, eso significa
que el país estuvo confinado en una especie de celda colectiva durante
el período decisivo de aplicación de la terapia de shock. Un año
más tarde, cuando el gobierno de Paz procedió a efectuar despidos masivos
en las minas de estaño, los sindicatos volvieron a salir a la calle y el
ejecutivo respondió con la misma serie de dramáticos acontecimientos:

se declaró el estado de sitio y dos aviones de las fuerzas aéreas bolivianas
trasladaron a cien de los principales dirigentes sindicales del país a
campos de internamiento en las llanuras tropicales de Bolivia. Esta vez,
entre los líderes secuestrados se encontraban dos ex ministros de Trabajo
y un ex senador (algo que recordaba la «prisión VIP» que Pinochet
había instalado en el sur de Chile y adonde fue llevado Orlando
Letelier).

Los dirigentes fueron retenidos en aquellos campos durante
dos semanas y media hasta que, de nuevo, los sindicatos accedieron a
desconvocar las protestas y las huelgas de hambre.44

(208 Democracia superviviente)
En todas aquellas intervenciones podía reconocerse el estilo característico
de las actuaciones de las juntas militares del Cono Sur:

para que el régimen pudiera imponer una terapia económica de shock, era
necesario que desaparecieran ciertas personas (aunque sólo fuera de
forma temporal). Y, si bien en el caso boliviano las desapariciones fueron,
sin duda, menos brutales, cumplieron el mismo fin al que habían
contribuido en las dictaduras vecinas en la década de los setenta. Internar
a los sindicalistas de Bolivia para que no pudieran ejercer resistencia
a las reformas allanó el camino para el «borrado» económico de
sectores enteros de trabajadores, que no tardaron en perder sus empleos
y acabaron almacenados en los poblados chabolistas y las barriadas del
cinturón de La Paz.

Sachs había acudido a Bolivia citando la advertencia de Keynes sobre
el desmoronamiento económico como germen del fascismo, pero
recetó medidas tan dolorosas que fueron necesarias otras medidas, de
signo casi fascista, para aplicarlas.
La ofensiva del gobierno Paz apareció en la prensa internacional de
la época, pero únicamente se les daba cobertura informativa durante
uno o dos días a los diferentes estallidos de disturbios, que eran vistos
como uno más de los múltiples ejemplos de altercados públicos que
se producían por aquel entonces en América Latina.

Pero cuando llegó
el momento de contar la historia del triunfo de las «reformas de libre
mercado» en Bolivia, nadie se acordó de incluir aquellos otros sucesos
en el relato (de manera muy similar a como se omite habitualmente la
simbiosis entre la violencia de Pinochet y el «milagro económico» de
Chile). Ni que decir tiene que no fue Jeffrey Sachs quien envió a la policía
antidisturbios ni quien declaró el estado de sitio, pero él mismo no
se olvida de dedicar un capítulo de su libro El fin de la pobreza a la victoria
de Bolivia sobre la inflación, y aunque en él parece satisfecho de
compartir los méritos de ese triunfo, no hace mención alguna de la represión
que se necesitó para llevar adelante el plan. Como mucho, hace
una referencia indirecta a los «momentos de tensión que se vivieron en
los primeros meses del programa de estabilización».""

En otras narraciones de lo sucedido en Bolivia, se borra hasta la
más mínima admisión (directa o de soslayo) de los hechos. Goni llegó
incluso a afirmar que «se había logrado la estabilización en democracia
sin atentar contra los derechos humanos de las personas y dejando que
éstas se expresaran libremente».'16 Sin embargo, un antiguo ministro

(El nuevo doctor Shock 209)
del gobierno Paz realizó una valoración menos idealista y reconoció
que «se habían comportado como unos cerdos autoritarios».47
Esa disonancia puede que sea el legado más duradero del experimento
de terapia de shock que se llevó a cabo en Bolivia. El país andino
demostró que una terapia desgarradora como aquélla seguía necesitando
de ataques vergonzosos contra los grupos sociales incómodos y contra
las instituciones democráticas.

También evidenció que la cruzada
corporativista podía proceder a través de semejantes medios descarnadamente
autoritarios y ser aplaudida como democrática por el simple
hecho de estar amparada en unas elecciones previas, con independencia
del grado de represión de los derechos civiles empleado tras los
comicios o de lo mucho o poco que se hubiesen ignorado los deseos
democráticos en ellos expresados. (Fue, de hecho, una lección que acabaría
resultando muy útil para Boris Yeltsin y otros dirigentes políticos
en los años siguientes.)

De ese modo, Bolivia proporcionó un modelo
para una nueva clase más digerible de autoritarismo: un golpe de Estado
civil llevado adelante, no por soldados de uniforme militar, sino por
políticos y economistas trajeados y parapetados tras el escudo oficial de
un régimen democrático.

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Lunes 27 de enero de 2014 | 13:40
Mariano Rajoy y Enrico Letta hablaron de la crisis argentina en una cumbre: "Hay preocupación"
http://www.lanacion.com.ar/1658955-europa-esta-preocupada-por-la-situacion-economica-en-la-argentina

El presidente italiano y el premier italiano analizaron las últimas medidas económicas del gobierno kirchnerista y su impacto en los mercados emergentes y la UE

Dolar
El primer ministro italiano, Enrico Letta, manifestó hoy que en Europa "hay preocupación" por la situación económica en la Argentina, en una reunión con el presidente español, Mariano Rajoy.

Se preveía que el tema sobre la economía argentina y el temor a que la combinación de creciente inflación y fuerte devaluación se extendiera en la región formara parte de la agenda bilateral en la cumbre Italia-España.

A pesar de admitir la "preocupación" -especialmente por el impacto negativo que la devaluación de la semana pasada en otros mercados emergentes-, Letta dijo que si esta situación "hubiera estallado hace un año, hoy estaríamos en otra situación de preocupación".

"Los problemas en Argentina hoy encuentran una Unión Europea que es mucho más sólida, y un euro que es mucho más sólido, y con mucha más habilidad de lidiar con este tipo de preocupación", dijo el premier en una conferencia de prensa en Roma.

Por su parte, Rajoy destacó la importancia de los vínculos que unen a esa nación con la Argentina al indicar que "es un gran país y un gran amigo" y agregó que "hay muchas empresas españolas que han invertido allí y están allí para quedarse".

Las declaraciones de los mandatarios europeos se dan el mismo día que el Gobierno nacional informó el detalle de las nuevas medidas cambiarias, que ya había anunciado el viernes pasado.
Agencias Reuters y DyN

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